martes, 24 de octubre de 2017

Entre lo latente y lo sido, una lectura sobre la obra de Cristian Marín




Al empezar este comentario me volví a preguntar cómo hace cuerpo la escritura poética, en los nuevos emplazamientos, callejeros, escénicos, virtuales, fuera del libro. Como sabemos, una obra es tiempo sobre todo, tiempo acumulado, detenimiento para abrir, cuña de fugas de esas que necesitamos en lo cotidiano,  que un escritor tiene la capacidad de echar a andar, en la potencia y transporte de su invento. Por eso siempre es también -si es que es– trabajo constante, movimiento hacia algo, apertura múltiple  y en eso se diluye el fetiche del libro, del autor, de la persona, que contiene lo que se produce.

Me acerqué a la obra de Cristian Marín a partir de su blog. A penas se desplegó en la pantalla el juego de fotografía y palabras que se combinan delicadamente,  apareció  esta última cualidad de la escritura poética y elegí construir un recorrido, el que ofrecen sus textos desparramados, aparentemente inconexos, que en verdad se anuncian como una sinfonía nutrida y clara de comienzo. Una temática común resplandece: el viaje iniciático, el  amor, los momentos de pasaje, que los versos delinean en gestos mínimos, en ideas acerca del tiempo y el recuerdo, en la relación entre naturaleza y ciudad. En unas primeras líneas Cristian ya insinúa el espiral del cual emergen sus poemas:

«ya vengo          prometo volver
prometo traer poemas prestados
palabras petrificadas por la espalda de la montaña

que ayuden
que contrasumen el olor de vereda caliente de la ciudad con charquitos de aire acondicionado

también intentaré intentos de palabramuleto

para la desesperanza de los semáforos de aquellas noches de amarillo quetequiero verde

prometo         prometo

y nunca soy cuando vuelvo.»

Dice Diana Bellesi: «… ¿Qué hace la voz lírica sino volverse a preguntar  las mismas y viejas cosas que el espíritu humano borra siempre y nunca olvida? Por eso con leves variaciones sobre la misma nota, esta voz es siempre arcaica. Reedita el asombro primero, el asombro final frente al mundo atravesado  por el tiempo. » [ii]. Los versos de Marín son una muestra de esta definición.  Viajes, ofrendas de regreso, no aparecen como anécdota de una proeza única hacia la develación de lo secreto, de lo desconocido, sino más bien como un retornar cíclico, donde cada vuelta es potencialidad de transformación o impedimento repitente. “prometo         prometo/ y nunca soy cuando vuelvo”,  siente, narra y se dirime entre sobreadaptaciones, microresistencias o habitar el desarraigo en el propio lugar al que se pertenece. En esta  conflictiva, en ese canto joven que busca su hábitat, que en principio opone tierra pura – sucia urbe,  dice:

« (…) los huesos secos

los gases

las flores

los pétalos embadurnados por el capitalismo y la hora pico

(…) siempre en direcciones pautadas

¿hay excepciones? sí

hace poco una señora subió por donde todos bajan

y mató (…)»

Con precisión aguda se grafica lo circular de la rutina, la normalización asfixiante, la sobreabundancia de cemento, hasta el punto que la ruptura emerge en una contra-circulación que termina en muerte bizarra, como clara señal de una traba para el acontecer de algo verdadero. Sin embargo esta imposibilidad, en el nombre muerto de una avenida, puede resonar a sentido

«Llueve en abril

(…) aunque por santa fe la gente no camina
y los hombres pasan con la prudencia
de los que no salpican

sienten la espesura de la palabra santa
de la palabra fe

efectivamente
hoy perdieron la jornada laboral las travestis. »

En este poema es interesante también observar el riesgo en el uso de lugares comunes, retratos bucólicos, como el que expresa el título del poema, junto a denominaciones que pueden resonar anti-líricas, como la palabra travesti. Lejos del cliché romántico o de la denuncia social como así también del absurdo, que podrían suscitar estas palabras,  ambas imágenes se afirman en un objetivismo donde la voz se aleja mucho del yo que afirma, se desplaza en una suerte de constatación común, colectiva, que de tan evidente es sutil sentencia lírica.

Y la calle no es acá el espacio público, externo, sino el cruce, la amalgama con los cuerpos, lo vivo como parte aunque subsumido, consustanciándose con los objetos. No hay ajeno o inerte, hay animal-urbano personificándose

«El silencio empieza con el sueño de un perro

por el hocico a estas horas

pasa la vereda la basura nosotros (…)

afuera las instituciones vestidas de lunes

se echan en las copas de los árboles (…)»

Y en esa foto, en esta toma de consciencia, en el choque, vuelve la búsqueda, aparece la relación con la naturaleza irregular: hielo, piedras, montañas, como una morfología común a los sentidos, que los atraviesa  en una atracción por la distancia, en una extensión condensada:





« (…) dónde estás

acá hace frío

el horizonte recuperó los cerros

y la nieve con ellos

aunque por tu frente pasa la mecánica de mi gesto desacostumbrado

revelando las cosas que no pasan

la imposibilidad de abrir los ojos. »

Así se dice el amor trunco, lo que no terminó de ser crece con más fuerza, aparece del vestigio, como la hierba mala, como una presentificación que nunca se desea, pero irrumpe. Un pasado enraizando por todos lados, a pesar de que juega a haberse ido, es un ahora que se retuerce y supura dentro de lo que fue, dentro de sí mismo, entre lo seco

 « (…) la hierba crece envenenada en penumbras del recuerdo
es ahí donde las raíces juegan a esconderse
deseándose entre ellas
entre piedras (…)»

Lo sido se mueve entre repeticiones –como ansias de lo domesticado- y la aceptación de lo que está fuera de su alcance. No obstante en esa danza parece figurarse una propuesta: generar vínculos desde los puntos no atiborrados de las cosas de las palabras. Limpiarnos sin proyectar, en la continuidad del puro presente. Si la poesía es detenimiento para abrir, cuña de fugas, en Marín es también espacio, como una inmersión viscosa y lenta, pero a su vez aire, sintiendo los cuerpos apenas rozando.

En este camino se dispone la obra, con toda la fuerza de una latencia, de una intriga iniciática:

« (…) ¿Y nuestros ojos? También acá,

instrumentos de lo sucedido
que construyen lo visible

¿Qué harían de aquel lado del vórtice?
Cuando lo invisible se muestre (…)»



Bio: Cristian Marín Nació en San Juan, en 1988. Su familia no era -y ni lo es- esas que leen libros, sin embargo la inquietud por la lectura nació con los amigos del barrio durante una ola de escritores latinoamericanos. En ese tiempo, leían los libros prestados por una bibliotecaria que por esas cosas de la adolescencia nunca le agradecieron. Desde el año 2010 participa en talleres literarios, su obra se la debe al arduo trabajo en grupo que lleva a cabo con sus amigos escritores.

Los poemas citados se pueden encontrar en: http://sociodeunabibliotecapopular.blogspot.com.ar/

[i]Este comentario fue escrito para la revista virtual Liberoamérica y publicado en https://liberoamerica.com/2017/10/18/cristian-marin-entre-lo-latente-y-lo-sido/

[ii]   Bellesi, Diana (2011): “la pequeña voz del mundo”, Taurus, Buenos Aires.